Realizado por: Esteban Guerrero Álvarez
La pandemia ha puesto en evidencia cuan vulnerables somos, los efectos del virus han sido generalizados y no tenemos certeza de cuándo mejorarán las cosas. Los días transcurren entre noticia sobre el cierre de un restaurante o un local, grupos de mariachis cantando en las calles y una ciudadanía que se reinventa buscando salir adelante. Sin embargo, poco se resaltan los problemas del campo y la marcada desigualdad entre lo rural y lo urbano parece haber quedado suspendida en el tiempo y el olvido. La crisis sanitaria ocupa toda la agenda y parece no haber espacio para hablar de otro tema, por eso mi invitación es a que nos escuchemos los unos a los otros, a no ser selectivos a la hora de reivindicar los problemas y el dolor ajeno. En esta oportunidad quiero contar la historia de Martha, cuyo liderazgo comunitario en el sur de la Guajira representa para mí un ejemplo a seguir, principalmente, en esta coyuntura.
A Martha la conocí el primero de agosto de 2019 en Fonseca, pese a no verla visto antes identifiqué rápidamente que había sido ella la lideresa que había contactado por teléfono para agendar una reunión. Martha es una mujer alta, de tez morena, su rostro refleja la tenacidad de quien ha dedicado la mayor parte de su vida al servicio de la comunidad. Ella no eleva la voz, y aún así, su voz sigue manteniendo eco en cada uno de los espacios en los que participa. No deja escapar ningún detalle y anota minuciosamente cada palabra que va a decir. Como sabe que el tiempo apremia, siempre expone con brevedad las innumerables necesidades que tiene su territorio.
A más de 900 kilómetros de Bogotá queda el sur de la Guajira, las altas temperaturas son notables, sobre todo para quienes estamos acostumbrados a las frías mañanas de Bogotá. Esta región se conoce como “la despensa agrícola de la Guajira”; su clima no es del todo seco y por ese motivo encontramos vegetación en medio de su tierra naranja. Sin embargo, Martha me dice que eso se ha perdido mucho, debido al deterioro de las fuentes hídricas y a que su región ha sido relegada por los diferentes gobiernos locales, regionales y nacionales.
Martha cuenta que cuando ella visitaba la finca de sus abuelos, era testigo de cómo en su familia se apoyaban los unos a los otros. Sus recuerdos de infancia son gratos, y quizás porque creció en un entorno familiar lo suficientemente empático y solidario, considera que ese referente forjó las cualidades que caracterizan hoy en día su liderazgo.
La Tragedia:
El boletín técnico sobre pobreza multidimensional del 2018 elaborado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE-, indica que La Guajira es el departamento con mayor pobreza multidimensional en la región caribe (51,4%). Esta situación se hace más notoria en las zonas rurales donde el mismo índice alcanza el 72,5%, mientras en la cabecera llega al 34,1%. La cifra de informalidad laboral alcanza el 90,3%; el índice de bajo logro educativo representa el 63,7%; y el 39,5% de la población no tiene acceso a fuentes de agua mejorada.
La precariedad y la ausencia de garantías de derechos contrasta con la situación de violencia y conflicto a la que se enfrentan sus comunidades desde hace varias décadas. La guerrilla de las FARC inició su presencia en esta región en la década de los 80, lo mismo hizo la guerrilla del ELN y, posteriormente, las Autodefensas Unidas de Colombia. En la actualidad, persiste la presencia de bandas criminales que se disputan un territorio que históricamente ha sido estratégico para controlar el contrabando.
A familias como la de Martha les llegó el conflicto sin avisar. De un día para otro y sin justificación alguna, los actores armados los obligaron a empacar sus maletas, tuvieron que recoger los objetos de valor que alcanzaron y se vieron forzados a dejar sus tierras. Los sueños, las esperanzas y la posibilidad de construir un mejor futuro se fueron desvaneciendo, al tiempo que cada paso que daban los distanciaba cada vez más de las tierras que habían trabajado durante años.
El tiempo pasó y la familia de Martha, como muchas otras más, decidió regresar a su territorio. La vida les ofrecía una segunda oportunidad porque pudieron recuperar las tierras que antes se habían visto obligados a abandonar. Regresar no fue fácil, sigue sin serlo.
La Esperanza
La firma del Acuerdo de Paz entre la guerrilla de las FARC-EP y el Gobierno Nacional, generó sentimientos encontrados en Martha. Al comienzo, la noticia de la llegada de excombatientes a su región causó toda clase de temores, no obstante, ello se fue difuminando con el paso de los días. Se llenaron de esperanza con la promesa del Acuerdo Final —de ese documento que contiene 310 páginas— que para personas como Martha no es perfecto, pero que sí debería hacernos sentir orgullosos como país.
Martha no recuerda con exactitud el momento en que se hizo lideresa, sin embargo, su mente registra con detalle cuándo, dónde y con quién se ha reunido a lo largo de estos años. Su día a día transcurre entre eventos, reuniones y encuentros con autoridades locales y nacionales; a pesar de las promesas incumplidas, Martha no pierde la esperanza de que las cosas mejoren. En algunos momentos Martha reconoce sentir la moral en el piso, pero ella prefiere no compartir esa desazón con su comunidad para que no se desanimen: “Ser lideresa es ser la orientadora de un grupo de personas para ayudarlas a que salgan adelante”.
Pase lo que pase, la voz de Martha nunca se quebranta, la claridad y la seguridad con la que se expresa, me hace pensar que detrás de ella puede venir un futuro promisorio para su comunidad. Martha no espera nada a cambio, lo único que pide es que antes de irse de este mundo haya podido contribuir a cambiar el estado actual de las cosas. Ella no espera mucho del Estado, cree más bien en la fuerza de su comunidad. Lo único que exige es que les garanticen el derecho al agua y que se instale un sistema de riego, con eso se la pueden arreglar.
El hoy
Las noticias de lo que pasa en el mundo, el decreto sobre la cuarentena nacional y la vulnerabilidad ante el virus, nos hicieron pensar a muchos que la humanidad cambiaría. Este momento también nos ofreció la ilusión de una sociedad que fuera guiada por la empatía y la solidaridad, y que nos permitiera reflexionar sobre varias conductas que practicamos todo el tiempo. Sin embargo, el vaso sigue medio lleno ante una crisis que parece no tener una fecha de caducidad.
Martha, tan realista como optimista, pensó que dejarían de ser invisibles, confió en la empatía de sus dirigentes y se dispuso a colaborar tanto como le fuera posible, pero nuevamente la vida le confirma sus peores temores. Como suele ocurrir, las autoridades locales y nacionales los han dejado en el olvido, los derechos siguen presos de la política y el lema principal sigue siendo: “si no votaste por mí, no esperes nada de mí”.
En el sur de la Guajira las ayudas no llegan, el confinamiento les impide trabajar y la falta de agua no les permite cultivar. La educación quedó postergada, no hay internet y pocos cuentan con un computador, y el sistema de salud es endeble. Lo peor que puede suceder, es que la gente se vaya a enfermar.
Martha me confirma que existen “tres colombias”, especialmente, aquella donde el Estado sólo existe en el discurso. Con frecuencia participo en reuniones donde asisten víctimas del conflicto, líderes sociales o excombatientes, y sus relatos dan fe de lo absurdo e injusto del funcionamiento de la sociedad en la que vivimos. No obstante, la historia de Martha nos recuerda la importancia de soñar y, sobre todo, de persistir.
A Martha la he visto solamente dos veces en mi vida, sin embargo, la tecnología nos permite estar en contacto permanente. Nuestras vidas son muy diferentes, cada uno recrea la realidad del otro a partir de la creatividad de la mente. No sé cuándo la vuelva a ver —o tal vez no nos volvamos a ver en persona—, pero me atrevo a decir que, a pesar de la distancia, para mí el liderazgo de Martha sigue siendo una fuente inagotable de inspiración en la construcción de un país y una sociedad más justa.
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